Generalmente, sólo necesitamos estar dispuestos a liberarnos de los sentimientos de amargura y remordimiento, para darnos cuenta de que las soluciones que llevábamos buscando durante tanto tiempo han estado siempre delante de nuestras narices.
El Tarot, en este sentido, es nuestro sirviente. No es un juez que rige nuestras vidas. Su función no es decirle que ha sido bueno o malo, aunque hay quien enfoca el Tarot de esta forma. Se diría que es como volver a la infancia, cuando nos acercábamos a nuestros padres esperando una reprimenda o una felicitación.
Aunque el Tarot nos brinda consejos específicos, básicamente cumple la función de espejo, esto es, refleja una versión —o una visión— de aquello que la persona que mira necesita ver. Como en cualquier espejo, siempre hay factores que afectan el grado de «precisión» de tal experiencia, a saber, el espejo del Tarot ofrece una semejanza con la realidad de la persona que se mira en él. En algunos casos, el consultante verá que el mensaje que recibe tiene sentido y confirma aspectos que en el fondo siempre supo pero necesitaba corroborar a través de una fuente objetiva. Otras veces, la consulta sacará a relucir temas que el consultante considera ya superados o que ya no hacen al caso o «temas de la vida».
Es probable que el Tarot le esté diciendo que, en realidad, todavía no ha hecho frente al pasado, que simplemente se esconde de él poniendo los sentimientos en «lista de espera».
Deja una respuesta